Obsolescencia, ¿programada por nosotros?

Obsolescencia, ¿programada por nosotros?

A raíz de la demanda colectiva que la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha puesto contra un conocido fabricante tecnológico por supuesta obsolescencia programada en la familia de uno de sus terminales móviles y a la que se han adscrito ya más de 20.000 afectados, ha resurgido el problema que supone para los consumidores esta práctica poco ética, pero aparentemente consentida por todos.

La obsolescencia programada es la práctica en la que los aparatos electrónicos y eléctricos son programados por los fabricantes para que dejen de funcionar cumplidos determinados ciclos de uso. Normalmente, esta limitación coincide con el final de la garantía que protege a los dispositivos con el objetivo de motivar la compra de uno nuevo.

Comprar, tirar (o no) y volver a comprar. Esta es nuestra filosofía de vida con los aparatos eléctricos y electrónicos desde el siglo pasado, y ahora más patente que nunca, dada la constante globalización y aumento del consumismo, en parte, por la naturaleza de nuestro sistema capitalista y nuestra relación con él.

Cada vez que compramos un producto de ese tipo, los fabricantes exponen a los usuarios a la obsolescencia planificada. Este hecho supone una violación de los derechos de los consumidores frente a los fabricantes que modifican a propósito la durabilidad de sus productos para fomentar la compra de nuevos aparatos con el consiguiente daño a los usuarios y, por qué no, también al medioambiente.

Ahora bien, está claro que los fabricantes recogen parte de responsabilidad.  Pero nosotros, es decir, la sociedad de consumo también tenemos nuestra parte de culpa.

Muchas de las compras que realizamos están motivadas artificialmente. Es decir, es la propia presión de la sociedad la que nos empuja a comprar compulsivamente para satisfacer necesidades artificiales producto del marketing y publicidad de las marcas.

 

A necesidades artificiales, soluciones iguales

El problema al que se enfrenta la sociedad responde al exceso en las formas de comprar bienes superfluos sin ningún tipo de motivación real a pesar de las imposiciones publicitarias de las marcas. Esto sucede porque pretenden achacar a la sociedad necesidades que deben atajar los individuos cuanto antes para sentirse plenos y realizados con su vida.

La obsolescencia programada es una característica imperante en la sociedad de consumo. El pilar sobre el que se apoya la fabricación de productos en masa y el motor del consumismo capitalista sin limitaciones.

No obstante, a pesar de que la obsolescencia planificada directamente sobre un producto no deja de ser una manera de etiquetar a la sociedad, la moda en sí misma, por ejemplo, es otra forma de imponer esta obsolescencia porque la sociedad de consumo es un lobby creado por y para nosotros.

 

De tienda en tienda y compro porque me toca

La moda es un claro ejemplo de la planificación de la vida útil de un producto. Sin embargo, cabe destacar que la utilidad no responde siempre a si funciona o no un producto, sino también al valor que nosotros aportamos a un bien cuando lo adquirimos.

Por tanto, es el mercado quien determina por nosotros qué queremos y cuándo. Sin ir más lejos, las modas son pasajeras, pero luego se dice que siempre vuelven. Teniendo esto en cuenta, la obsolescencia programada en este ámbito se puede aplicar, por ejemplo, a la duración de una campaña publicitaria sobre una moda en concreto. Esta puede ser un peinado específico, una chaqueta con un forro especial que se vea por fuera de la manga, un estilo de botas de invierno, etc.

Tanta es la presión imperceptible sobre los individuos, que estos terminan por identificarse con un producto como si fuera su razón de ser. Nos obstante, lo más curioso es que la sociedad está predispuesta a comprar y tirar conscientemente.

Este hecho supone que los individuos generen una base identitaria en relación a una necesidad inexistente que provoca que se asocien las compras con un estatus social sin tener en cuenta si la necesidad que se esté satisfaciendo sea inducida o vital.

Además, el mercado de los teléfonos móviles no se queda atrás. Cuántas veces habremos cambiado de celular solo por tener el último modelo y estar así inmersos en la corriente imperante que como sociedad dirigimos.

 

Lo barato sale caro

A priori entra mejor por los ojos gastarse poco en un producto a sabiendas de que durará menos de lo esperado, pero esto no ocurre con el mercado de los móviles porque a pesar del tiempo estimado que la obsolescencia programada nos regala, deberíamos prestar atención a nuestros hábitos de consumo, que realmente son los que impulsan la obsolescencia planificada como la conocemos. Si la sociedad no comprara en masa, los fabricantes dudarían, al menos por un instante, si deben limitar la vida útil de sus productos.

Por último, conviene destacar una cuestión importante: en la obsolescencia programada de los dispositivos tecnológicos no tenemos forma de escapar de esa práctica porque desde el momento de su compra ya sabemos a qué nos exponemos, o al menos lo intuimos. Sin embargo, con el resto de productos que no son ni electrónicos ni eléctricos no ocurre eso, sino todo lo contrario. Somos nosotros los que decidimos la obsolescencia programada desde el instante en que somos conscientes si una necesidad es real o infundada. Y es precisamente en esta última donde la sociedad y los individuos tenemos la libertad para decidir bajo qué necesidades queremos convivir y para qué.

Y tú, ¿Qué opinas de que las marcas continúen con la obsolescencia programada?

En Vacolba nos interesan las opiniones de nuestros lectores y clientes. Es por ello, que nos gustaría leer tus consideraciones sobre la obsolescencia programada.

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